lunes, 25 de marzo de 2013

La pequeña mujer

La pequeña mujer
de figura angulosa y desgarbada
va cruzando la plaza, ella la triste,
de cada mano un niño
y un amor sin fatiga en las entrañas.

Ha sentido crecer hasta embargarla
a través de los días cada vez más oscuros,
esos liviano gestos que eran para sus manos:
entrar en los bolsillos donde viven monedas o papeles,
o encender así los fósforos,
o peinarse el mechón que le cae en la frente,
hebras castaño claras que ya van siendo grises.

Y también
manejar herramientas
y dominar el pequeño demonio de los cables eléctricos.

Pero no,
hubo que doblegarse y aprender a callar.
Y aprender otros gestos desabridos y vanos.
Y qué triste no poder cantar cuando el amor nace,
el pequeño amor adolescente y absurdo.
Y qué triste tener que ahogar la dicha
cuando la pasión aprieta
o verla hacerse imposible, recelosa o mezquina.

Sé cómo fue creciendo
tu obstinado empeño de ubicarte en la vida
y de dar tu ternura,
tanta ternura
como para abarcar todos los niños,
los libros, los caballos, los perros o los árboles.

Pero no podías decirlo a nadie.
Y no pudiste lograr nada, tampoco.
Siempre callando y dolorida
viste aparecer las primeras canas,
con las manos vacías
y con tu amor oscuro quemándote la sangre.

Y qué buena sé que eres,
y qué triste, y qué sola.

Te veo cruzando la plaza
con un niño en cada mano.
Y el corazón te compadece, hermana.


Poema del Archivo de Emma Barrandéguy (febrero 1945)


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