lunes, 29 de abril de 2013

Desayuno


Echó café
En la taza
Echó leche
En la taza de café
Echó azúcar
En el café con leche
Con la cucharita
Lo revolvió
Bebió el café con leche
Dejó la taza
Sin hablarme
Encendió un cigarrillo
Hizo anillos
De humo
Volcó la ceniza
En el cenicero
Sin hablarme
Sin mirarme
Se puso de pie
Se puso el sombrero
Se puso
El impermeable
Porque llovía
Y se marchó
Bajo la lluvia
Sin decir palabra
Sin mirarme
Y me cubrí
La cara con las manos
Y lloré.


Poema del libro Palabrasde Jacques Prevert (1945)




miércoles, 24 de abril de 2013

martes, 23 de abril de 2013

Todas las cartas de amor son ridículas


Todas las cartas de amor son
ridículas.
No serían cartas de amor si no fuesen
ridículas.

También escribí en mi tiempo cartas de amor,
como las demás,
ridículas. 

Las cartas de amor, si hay amor,

tienen que ser
ridículas. 

Más, al final,
sólo las criaturas que nunca escribieron
cartas de amor
sí que son
ridículas. 

Quién me diera el tiempo en que escribía
sin darme cuenta
cartas de amor
ridículas. 

La verdad es que hoy
mis memorias
de esas cartas de amor
es que son
ridículas. 

(Todas las palabras esdrújulas,
como los sentimientos esdrújulos,
son naturalmente
ridículas).


Poema de Fernando Pessoa, publicado bajo el heterónimo de Álvaro de Campos, el 21/10/1935




jueves, 18 de abril de 2013

La pequeña voz del mundo

¿Cómo empieza un poema?, me suelen preguntar; empieza con una frase, suelo responder; o cuando ella me encuentra, por accidente diría, entonces el poema se resuelve, halla su sentido y su cauce. Porque trina un pajarito, porque un vecino dice algo en la vereda, porque el libro que leo me la dio; cualquier cosa puede ser la puerta, la frase de una imagen, la de una cadencia donde habla la voz; desarrapada, incompleta, vulgar, en litigio con el tiempo por su salvaje estado presente que hace del pasado anónimo vida, y no historia oficial, y que asegura mi propia vida viviente fuera de los mapas que de inmediato me borrarán de esa historia.

Así entro, como lectora, a los libros que amo; o a las películas, a las esculturas -fijas, pero mi mirada en movimiento-, a los paisajes de Van Gogh -cada pincelada, una frase-, a la música de Haydn o de Nick Cave... Como una bárbara asaltada por la frase que lleva dentro de sí un mundo desplegado por otra frase, y otra y otra volviendo viviente lo que leo, lo que veo, lo que oigo, constantemente amenazado por el horror al  vacío del sin sentido, que organiza de modo incesante nuevos sentidos desde aquella anonimia donde múltiples sujetos, sin poder alguno, lo experimentaron en la voz y lo marcaron en la lengua que con ellos hablo.

Fragmento de "La frase" en el libro La pequeña voz del mundo, de Diana Bellessi, Editorial Taurus (2011)

lunes, 15 de abril de 2013

El trabajo de escritora, por Simone de Beauvoir

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¿Esboza un plan muy preciso cuando escribe una novela?
Sabe, no he escrito una novela en diez años, y durante ese tiempo he estado trabajando en mis memorias. Cuando escribí Los mandarines, por ejemplo, creé personajes y una atmósfera alrededor de un tema determinado, y poco a poco el argumento cobró forma. Pero en general empiezo a escribir una novela mucho antes de elaborar el argumento.
La gente dice que usted tiene mucha autodisciplina y que nunca pasa un día sin trabajar. ¿A qué hora empieza?
Siempre estoy apurada por empezar, aunque en general me disgusta empezar el día. Primero tomo té, y después, más o menos a las diez de la mañana, me pongo en actividad y trabajo hasta la una. Después veo a mis amigos y más tarde, a las cinco, vuelvo al trabajo y sigo hasta las nueve de la noche. No tengo problemas para retomar el hilo a la tarde. Cuando usted se vaya, leeré el periódico o tal vez saldré de compras. Casi siempre trabajar me resulta un placer.
¿Cuándo ve a Sartre?
Todas las noches, y con frecuencia a la hora del almuerzo. Generalmente trabajo en su casa durante la tarde.
¿No le molesta ir de un departamento a otro?
No. Como escribo libros académicos, me llevo los papeles conmigo y todo funciona muy bien.
¿Se concentra inmediatamente?
En cierta medida, depende de lo que esté escribiendo. Si el trabajo va bien, dedico un cuarto de hora a leer lo que escribí el día anterior, y hago unas pocas correcciones. Después continúo a partir de ese punto. Para retomar el hilo tengo que releer lo último que escribí.
¿Sus amigos escritores tienen los mismos hábitos que usted?
No, es algo bastante personal. Genet, por ejemplo, trabaja de una manera muy diferente. Dedica doce horas diarias durante seis meses cuando está escribiendo algo, y cuando termina, puede dejar pasar seis meses sin hacer nada. Como dije, yo trabajo todos los días, salvo durante los dos o tres meses de vacaciones, en los que viajo y generalmente no trabajo nada. Leo muy poco durante el año, y cuando viajo me llevo una valija llena de libros, los libros que no he tenido tiempo de leer. Pero si el viaje dura un mes o seis semanas, me siento inquieta, especialmente si me encuentro entre dos libros. Me aburro cuando no trabajo.
¿Cómo se sitúa usted entre los escritores contemporáneos?
No lo sé. ¡De qué sirven las autoevaluaciones! ¿El ruido, el silencio, la posteridad, el número de lectores, la ausencia de lectores, la importancia de un momento determinado? Creo que la gente me leerá durante algún tiempo. Al menos, eso es lo que me dicen mis lectores. He contribuido un poco a la discusión de los problemas de las mujeres. Lo sé por las cartas que recibo. En cuanto a la calidad literaria de mi obra, en el sentido más estricto de la palabra, no tengo ni la menor idea.
Fragmento de la entrevista realizada a Simone de Beauvoir, por Madeleine Gobeil (1965). La entrevista se publicó en The Paris Review, en la sección El escritor y su trabajo.

domingo, 14 de abril de 2013

ReFleJar

Hoy a las 17 h... en el Palais de Glace

Intervención del Grupo Faldas*.
¡Imperdible!


*Violeta Cincioni, Florencia Fernandez Frank y Melina Scumburdis integran Faldas desde el solsticio de invierno de 2003. Obra colectiva en proceso que cruza la producción, el género y la acción.

viernes, 12 de abril de 2013

En la cocina

                                           Tengo en los oídos, para siempre,
                                           el rumor de la máquina de coser de mi madre. 
                                                       J. Pedroni

Después de las once de la noche
la cocina era nuestra
y en ese pequeño cuadro la recuerdo
frente a la máquina de coser sentada
mientras yo prolongaba
las tareas escolares,
lo entiendo ahora,
para estar con ella.

¿Qué cosa
que no sabe entonces
ni tampoco después
pero mantiene
por un momento a dos
como escuchándose
se desplegaba allí
lenta
en perfume o rumor o pregunta
que esperamos siempre
reencontrar cuando decimos
que algo pide en nosotros
volver a casa
o reunirse?

Aprendiendo
más que lo enseñado
y pegando
más que los retazos
ya nos dábamos tal vez
la señal de un consuelo
futuro,

pequeña insignia
en el amor bordada
para, llegado el día
en que un tiempo mayor
visita y sella
la pérdida, estuviéramos
más serenas o menos
dolidas

por si acaso
fuera cierto que nada vuelve
y es
solo la sombra
la que se hace más clara
con los años
hasta que finalmente
en una misma luz
se lleva todo.



Poema del libro Flores que prefieren abrirse sobre aguas oscuras, de Sonia Scarabelli (Bajo la Luna, 2008)

sábado, 6 de abril de 2013

Ediciones Presente

ES UNA EDITORIAL INDEPENDIENTE QUE REIVINDICA LA ACCIÓN DE REGALAR Y LA IMPORTANCIA DE LAS SORPRESAS PARA LA VIDA. SE PUEDEN REGALAR LOS LIBROS-SOBRES ENTEROS O LOS POEMAS POR SEPARADO PUESTO QUE ESTÁN SUELTOS.

Jueves 11/4
19 h
Tucumán 3754 (CIA)
http://edicionespresente.blogspot.com.ar/

miércoles, 3 de abril de 2013

El diario a diario

      Un señor toma el tranvía después de comprar el diario y ponérselo bajo el brazo. Media hora más tarde desciende con el mismo diario bajo el mismo brazo.
      Pero ya no es el mismo diario, ahora es un montón de hojas impresas que el señor abandona en un banco de plaza.
      Apenas queda solo en el banco, el montón de hojas impresas se convierte otra vez en un diario, hasta que un muchacho lo ve, lo lee y lo deja convertido en un montón de hojas impresas.
      Apenas queda solo en el banco, el montón de hojas impresas se convierte otra vez en un diario, hasta que una anciana lo encuentra, lo lee y lo deja convertido en un montón de hojas impresas. Luego se lo lleva a su casa y en el camino lo usa para empaquetar medio kilo de acelgas, que es para lo que sirven los diarios después de estas excitantes metamorfosis.


Del libro Historias de cronopios y de famas, de Julio Cortázar (1962)



lunes, 1 de abril de 2013

Libro inédito de Ana Calabrese


“Ahora es el cuerpo
el que reza.
Como antes la palabra”
Ana Calabrese




16 de abril 2013
20.30 h puntual
Mario Bravo 948
Reservas: ac.obrainedita@gmail.com
Entrada libre y gratuita