Yo no
sé, mira, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera tupido y gris,
aquí contra el balcón con goterones cuajados y duros, que hacen plaf y se
aplastan como bofetadas uno detrás de otro, qué hastío. Ahora aparece una
gotita en lo alto del marco de la ventana; se queda temblequeando contra el
cielo que la triza en mil brillos apagados, va creciendo y se tambalea, ya va a
caer y no se cae, todavía no se cae. Está prendida con todas las uñas, no
quiere caerse y se la ve que se agarra con los dientes, mientras le crece la
barriga; ya es una gotaza que cuelga majestuosa, y de pronto zup, ahí va, plaf,
deshecha, nada, una viscosidad
en el
mármol.
Pero
las hay que se suicidan y se entregan enseguida, brotan en el marco y ahí mismo
se tiran; me parece ver la vibración del salto, sus piernitas desprendiéndose y
el grito que las emborracha en esa nada del caer y aniquilarse. Tristes gotas,
redondas inocentes gotas. Adiós gotas. Adiós.
Julio Cortázar
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