viernes, 23 de diciembre de 2011

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Los viajes de la abuela
eran en invierno, o tal vez yo
los fijé en esos días cortos
en que la oscuridad llegaba
unas horas antes que mamá. La abuela
me traía de Brasil
un diminuto colectivo lleno de chocolates,
el mismo siempre, en cartón pintado.
Mi alegría al recibirlo
se comparaba a otra, cotidiana
cuando de vuelta del trabajo
mamá daba fin a las penumbras
al encender las luces de la casa.
Por esos días fríos, cada bombón
cobraba gusto a un país desconocido,
a ese idioma que yo nunca
había hablado. El colectivo aquel
salía de su valija con el mismo impulso
del payaso que después de darle cuerda
saltaba desde adentro de la lata.
Como él, mi colectivo
era el secreto de algo inexplicable.
Me hechizaban las idas
y vueltas de mi abuela,
su largo viaje
simulando un truco mágico.


                                             
                                            Del libro la casa en la avenida (terraza libros, 2004), de Paula Jimenéz

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