Azul vuelve y traza la línea. Calma. Verde. El borde de la línea
traza: las orejas largas como el cielo que lo abarca. Vuelve verde y recorre el
pelaje suave. Traza el negro y dibuja, raya, raya esos ojos. Dibuja esos ojos
que te miran, más allá del instante en que te miran. Negro profundo traza la
línea directo al corazón. Vuelve y esos ojos repliegan lo que no se dice: la
cautela de ser burro y bello.
Verde. Verde. Blanco. Pasta lo que la línea trae con sutileza y
vuelve el trazo a los naranjas. Andar así, con calma de burro. Violeta, lila
arman la trama que orejas, ojos, rabo, morro y vientre salvaje la línea
desarma. Porque los burros aman y resisten quizás más que lo que sueñan. Blanco,
colorado, y finita la línea se vuelve para delimitar la exactitud de los
crines. ¿Flores pastan? Cierta ternura, esos ojos descubren cuando sin querer
negro apenas blanco trazan.
Blanco, negro las flores carga y pasta mientras rebuzna y ágil
sombra de grises sus patas andan. Patas de burro, que pueden cruzar el mundo.
Cabeza adelante y verde. La trama se vuelve tupida como el pelaje
que al tocarlo, suave, eriza la mano que traza.
Mordisco y arranca una parte de la verdad: andar con calma de
burro, queriendo ser nada más que burro.
Una larga vida, dicen, los burros aman.
Mariana
Chami
agosto
2015