viernes, 23 de diciembre de 2011

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Los viajes de la abuela
eran en invierno, o tal vez yo
los fijé en esos días cortos
en que la oscuridad llegaba
unas horas antes que mamá. La abuela
me traía de Brasil
un diminuto colectivo lleno de chocolates,
el mismo siempre, en cartón pintado.
Mi alegría al recibirlo
se comparaba a otra, cotidiana
cuando de vuelta del trabajo
mamá daba fin a las penumbras
al encender las luces de la casa.
Por esos días fríos, cada bombón
cobraba gusto a un país desconocido,
a ese idioma que yo nunca
había hablado. El colectivo aquel
salía de su valija con el mismo impulso
del payaso que después de darle cuerda
saltaba desde adentro de la lata.
Como él, mi colectivo
era el secreto de algo inexplicable.
Me hechizaban las idas
y vueltas de mi abuela,
su largo viaje
simulando un truco mágico.


                                             
                                            Del libro la casa en la avenida (terraza libros, 2004), de Paula Jimenéz

viernes, 16 de diciembre de 2011

La flor de lis

    La niña del medio, no la más grande o la más pequeña, como hubiera sido lo lógico, exclamó que nada le interesaba de las conversaciones, y ella iba a ir a observar a la estrella. Nos trajo a la memoria, así, a ese ser tan brillante que hacía muchísimo tiempo se había instalado en el jardín. Lo repuso en nuestra atención.
    La estrella había quedado parada en el aire, encima de una diamela, a pocos metros. Era muy bella, en verdad, plateada o de oro, celeste, con muchos picos y pisos, fija, y algo alada.
    ¿Su origen? Misterioso. ¿Había viajado por pura decisión? ¿Eligió ese jardín por casualidad? ¿Un niño diabólico le dio caza y la engarzó ahí, para darnos miedo, preocupaciones?
    Ya la habíamos olvidado. Al ir por su lado ni la mirábamos.
    El diamelo fue perenne en asombro y embrujo.
    Ahora mismo, al ver que volvíamos a observar, echó un chorro de rositas blanquísimas, casi incandescentes, que nos salpicó los vestidos.
    La estrella tenía siempre actividad, aunque no la mirásemos. Atraía desde lejos, alguna cosa, y hasta algún ser.
    Esa noche hipnotizó una iglesia, le sacó una novia. La trajo desde lejos. La novia dejó altar, novio, padres, padrinos, dejó el porvenir; y se vino envuelta en halos blancos, la cauda larguísima que la seguía alucinada, el ramo una guía brillante, y el rosario.
    Enderezó hacia nuestro jardín y la estrella.
    Algunos clamaban, le advertían: -Vete, no te acerques...! Con un poco de voluntad te salvarías!
    La novia se acercaba levemente sonriendo, pero muy seria y tiesa. La estrella se encocoró, ardía como nunca. La novia se acercaba, a través de monstruos, plantas, vecinos, luciérnagas, más y más.
    La estrella la traía. Ella caminaba sin nunca llegar.
    La estrella la traía más y más. La novia se acercaba con todos los ramos, pero sin llegar.
    Entre la estrella y la novia hay sólo un paso desde aquel día, pero no se puede dar.

del libro La flor de lis (El cuenco de Plata, 2005) de Marosa di Giorgio

miércoles, 14 de diciembre de 2011

en Meridion


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Ménage à trois


...se hacen cosquillas
se miran y miro
ríen callados
en un subte no tan vacío
rozan sus manos
y desarman el aire
escribe mi mano
y él en ella
reclina la cabeza
apenas mirarse
como sin sentir
se inventa
él cierra los ojos
siente el latido
y toca su pierna
sus manos
las mías
se enlazan escribo
escriben ellos
en uno y en otro
sonríen
y susurran nombres
ella descalza
su cuerpo despacio

el subte se ha ido
me quedo conmigo
en un Yokohama
sin ellos.

                                                   poema de Mariana Chami, del libro Antes de mí (2004)

destellos